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La auténtica historia de las «brujas de Zugarramurdi» es más terrorífica de lo que te piensas. No estamos hablando de brujas que vuelan con escobas y que preparan brebajes mágicos, estamos hablando de brujas perseguidas por la mismísima «Santa Inquisición» en el siglo XVII. Acusadas y quemadas en la hoguera. El pueblo de Zugarramurdi tiene un pasado oscuro que contar, situado en un municipio español de la Comunidad Foral de Navarra, en España.
Según la creencia popular, la palabra «aquelarre» alude a la reunión donde “brujas y brujos” rinden culto al demonio. Es una de las pocas palabras que el castellano heredó del euskera, la lengua del País Vasco que no se emparenta con ninguna otra. No obstante, vamos a conocer lo que paso en realidad fuera de “leyendas españolas”.
Expedientes X
María de Ximildegui
María de Ximildegui, una niña nacida y crecida en Zugarramurdi, emigró cuando tenía 4 años a la ciudad de Ciboure, un pueblo cercano de la costa francesa de los Pirineos Atlánticos. Pasaron 16 años, y María, practicó en Ciboure las artes brujeriles, pero con tan mala suerte, que presenció una caza de brujas. Justo antes de que las autoridades fueran a dar otra batida, la muchacha decidió volver sin sus padres a Zugarramurdi, su pueblo natal, para servir como criada. Una vez llegó al pueblo comenzó a contar a sus vecinas que había sido bruja durante 18 meses, no obstante, también mencionó que estaba muy arrepentida y es por eso que volvió a la fe.
María siguió contando su historia. La joven muchacha decía que cuando fue bruja voló por los «aquelarres de Zugarramurdi» y conocía a todas las brujas del pueblo. Empezó a dar nombres concretos desatando la histeria de las personas del pueblo sumiendo al caos a toda la comunidad. Esteban, el marido de una de las citadas, fue acompañado por su familia a pedir cuentas a la joven por las calumnias y sufrimientos que estaba ocasionando. Su mujer de 22 años, María de Jureteguía, afirmaba con enojo que todo lo mencionado era falso, ni era bruja ni mucho menos lo practicaba.
Pero María de Ximildegui insistió tanto dando innumerables detalles de actos de brujería de María de Jureteguía, que sus propios familiares empezaron a dudar de ella. Es la propia familia de Jureteguía los que empiezan a pedirle que confesara la verdad. Al darse cuenta la acusada de que se iba encontrando sola comenzó a sudar y a tener miedo hasta desmayarse. Al volver en sí dio un gran suspiro y echó por la boca un aliento desagradable, y María de Jureteguía admitió que había sido bruja desde niña y que su tía materna María Chipía de Barrenechea, de cincuenta y dos años, había sido su maestra en brujería.
La bruja María de Jureteguía
Pero la cosa no acababa ahí, María de Ximildegui empezó a dar más nombres y todos los acusados hicieron confesión publica en la iglesia parroquial de los daños que habían causado a sus vecinos. La pesadilla solo había hecho que comenzar. María de Jureteguía se obsesionó de tal forma que veía a las brujas que la perseguían sin tregua, fue llevada a casa de su suegro Navarcorena, para proteger a su nuera. Hay una leyenda que cuenta lo siguiente:
Emplearon los recursos que conocían, encendieron un enorme fuego en la cocina acompañada de tres velas, dibujaron un círculo alrededor de María de Jureteguía. A medianoche llegaron Satán y sus brujas para llevársela al aquelarre. Los veían fuera de la casa en forma de cerdos, cabras, gatos y perros. Las brujas más viejas y atrevidas entraron en la misma cocina, guiadas por el diablo, y se subieron a un banco para ver a la aterrada desertora.
María de Jureteguía podía ver sus cabezas que la miraban con intensidad y la señalaban, pero sus vecinos por más esfuerzos que hacían no eran capaces de verlas «porque el demonio les había encantado». Su maestra y otra tía materna le hacían señales amenazantes para que les siguiera por la campana de la cocina. María con la cruz y el rosario en la mano gritaba hacia la chimenea: «dejadme, traidores, no me persigáis más, que harto he ya seguido al diablo». Las brujas se largaron por la chimenea, pero se vengaron del suegro de María destruyendo su huerta, los arboles frutales y su molino.
Rey y reina del aquelarre

Las cosas, como era de esperar, fueron de mal en peor. A finales de diciembre de 1608 un grupo de vecinos entró en las casas de «Graciana de Barrenechea», reina del aquelarre y «Miguel de Goiburu», rey del aquelarre, junto con su mujer “Estevania de Iriarte”. Atemorizados por lo que estaba pasando, el pastor “Juanes de Goiburu” junto con su hermano el rey del aquelarre fueron a quejarse al abad del monasterio.
Sin embargo, el fraile, crédulo como cualquier otro vecino asustado, rogó a Miguel que volviera junto con su esposa Estevania, pues esta mujer había sido públicamente declarada bruja. Estevania de Iriarte negó en todo momento de ser una bruja, aun así, el fraile fue vestido con sus ropas ceremoniales y puso algunas reliquias sobre su cabeza ordenándole a que dijera la verdad. Aquellas amenazas del fraile surtieron efecto, Estevania acabó confesando que era bruja.
Por otro lado, Graciana de Barrenechea tenía hija, nietos y hermana que confesaron. Una mujer que de un principio confesó, pero después se negó. La gente del pueblo muy alborotada, la ató a un poste recibiendo malos tratos hasta tal punto que la dieron por muerta. Cuando estaban dispuestos a enterrarla, después de haber pensado en echarla al río, Graciana volvía en sí. Las mujeres del pueblo muy asustadas, empezaban a gritar a que dijese el nombre de Jesús, estaba claro que la paranoia en Zugarramurdi acababa de empezar.
En enero de 1609 habían confesado, por el mismo procedimiento, siete mujeres y tres hombres en Zugarramurdi. No obstante, los vecinos alcanzaron un compromiso para solucionar aquella crisis, exculpándolos después de haber pedido perdón. Así hubieran quedado las cosas si el pánico de los vecinos no hubiese llegado a oídos de los “inquisidores de Logroño”. Todo aquel embrollo vecinal terminó en un sonado «Auto de fe» por las famosas brujas de Zugarramurdi.
Inquisidores de Logroño
En los primeros días de enero de 1609 apareció por el pueblo un “comisario inquisitorial” para evaluar la situación y comunicárselo a los inquisidores del tribunal logroñés. Y así fue, la carta llegó a los inquisidores «Alonso Becerra Holguín» y «Juan de Valle Alvarado», quienes se quedaron sorprendidos. Sin embargo, al buscar en los archivos de la inquisición se encontraron con una sorpresa, unos documentos del 14 de Septiembre 1526 y el 12 de septiembre 1555 mencionaban una secta de brujos como algo carente de realidad. Así que no se lo pensaron mucho para iniciar su «caza de brujas».
Para empezar la “Santa Inquisición” apresó a cuatro brujas de Zugarramurdi. Estas fueron, Navarcorena, Barrenechea, Juana de Telechea y María de Jureteguía. Las encarcelaron en una prisión secreta sometiéndolas a un duro interrogatorio del cual todas confesaron ser brujas. El 13 de febrero de 1609 los dos inquisidores remiten al Supremo un escrito informando de todo lo que estaba pasando. Su misión, pensaban en buena fe, consistía en desenmascarar a las brujas de Zugarramurdi y castigarlas por su maldad.
El cuestionario de las brujas

Mientras tanto, los consejeros del Supremo de Madrid respondieron a los inquisidores el 11 de marzo de 1609. En la carta mencionaban que tenían que formularle una serie de preguntas a las brujas de Zugarramurdi. Los 14 puntos que escribieron en el documento son los siguientes:
- En qué días y cuánto tiempo están en el aquelarre, a qué horas van y vuelven, si en el camino oyen gallos, perros o campanas y a qué distancia están.
- Si saben de antemano el día de la reunión o si alguien les avisa.
- Si las personas que van tienen marido, mujeres, hijos y parientes que duerman en el mismo aposento de forma que puedan comprobar su ausencia.
- Si llevan o no a los niños de leche consigo y con quien los dejan en caso de no llevarlo a las juntas.
- Si van vestidas o desnudas, donde dejan los vestidos.
- Qué tiempo tardan en ir y volver, que distancia recorren, si van a pie o las llevan, si en el trayecto se encuentran con otras personas y si durante la reunión ven pasar cerca a pastores.
- Si por pronunciar el nombre de Jesús se deshace el aquelarre o, si sucede en el camino, ¿puede el demonio seguir prestando su ayuda?
- Si para ir a los conventículos se sirven de conjuros y de ungüentos, cómo y quién fabrica éstos. Si encuentran el ungüento lo entregarán a médicos y boticarios para que lo analicen y dictaminen los «efectos que naturalmente pueden obrar».
- Si para desplazarse es o no necesario embadurnarse.
- Si entre la última y la próxima reunión se ven y hablan los participantes y si comentan los incidentes de lo ocurrido.
- Si se confiesan y comulgan, si comentan sus andanzas con los confesores y si rezan oraciones de cristianos y cuáles.
- «Si tenían por cierto que van corporalmente a las dichas juntas… o… se les imprimen las dichas cosas en la imaginación o fantasía».
- En cuanto a muertes de niños o de otras personas «se procure verificar estos delictos y actos con testigos».
- Necesario es investigar si reos y testigos coinciden en cuanto a «actos y delictos… para que mejor se pueda averiguar y aclarar la verdad».
Las mujeres no eran brujas
Como podemos presenciar, los consejeros piden hechos reales y no fantasías. Eso es al menos lo que iba buscando el inquisidor “Alonso de Salazar Frías”, de cuarenta y cuatro años, nombrado inquisidor de Logroño. Hombre de confianza de obispos, viajero observador, agente diplomático en Roma. Salazar se percato en seguida de la complejidad brujeril del caso y de la paranoia que tenían los otros dos inquisidores. Las brujas de Zugarramurdi quedaron apresadas en aquella cárcel secreta de Logroño, respondieron a las preguntas que los inquisidores Becerra y Valle tan bien se habían preparado.
Aquellas mujeres declararon sin tortura todo, autoacusándose de crímenes y brujería que realmente no habían cometido. Sin embargo, sabemos por un texto que el carcelero inquisitorial oyó a un par de ellas en una conversación privada. Estás dos mujeres comentaban que no eran brujas y que dudaban que las otras lo fueran, pero habían afirmado serlo creyendo que la confesión, aunque fuera falsa, era el mejor camino para salir de la prisión. Aun así, fueron condenadas al auto de fe.
Auto de fe

Primero hay que mencionar que el primer «auto de fe» de la historia por la Santa Inquisición se celebró en Sevilla el seis de febrero de 1481, lo cual no era nada nuevo en el siglo XVII. El “auto de fe” con las Brujas de Zugarramurdi tuvo lugar los días siete y ocho de noviembre de 1610. La lectura de los cargos duró un día entero. Fueron 11 las personas condenadas, 6 de ellas quemadas en la hoguera y 5 fueron quemadas en efigie debido a que esas personas ya estaban muertas. 21 acusados fueron reconciliados, 6 de ellos con pena de azotes. Aparte, otros 21 fueron encarcelados, se salvaban de la hoguera, sin embargo, se enfrentaban a prisión de por vida.
Estas sentencias significaban que los inquisidores Becerra y Valle habían ganado el enfrentamiento. No solo solo contra el inquisidor Salazar, sino también contra el obispo Lázaro de Badaran de Pamplona, que estos eran, enemigos de la auténtica brujería verdadera. No obstante, en 1611, el licenciado Suárez Guzmán presentó un memorial planteando dudas razonables sobre la sentencia en el auto de fe. El Consejo de Madrid y el Gran Inquisidor pidieron explicaciones a los obispos de Pamplona y Calahorra.
Batalla entre inquisidores
El inquisidor Badaran manifestó que en este negocio hay gran fraude y engaño nacido de los “Comisarios de la Inquisición”. La caza de brujas había sido potenciada por el señor Dortubie de Villa de Vera, todo aquello hizo que se desatara una psicosis y locura general. En el pueblo de Aranaz, no se halló brujo alguno, sino más bien niños acusando a los adultos con patrones sospechosamente semejantes. Los adultos confesaban bajo tormento, pero después se retractaban, sin embargo, los inquisidores Becerra y Valle no escuchaban los retractos.
Fue el inquisidor Salazar quien avisaba un 3 de marzo de 1611 la existencia de un tumulto popular contra los acusados. Es un 9 de marzo de 1611 cuando el Gran Inquisidor ordenó que se llevasen a cabo medidas de máxima prudencia y discreción, que no se maltratase a los brujos y se llevaran medidas de gracia. Es el mismo Salazar nombrado para ejecutar tal hazaña. Durante ese tiempo los inquisidores Becerra y Valle comunicaban que brujos y brujas hacían aquelarre en Logroño. Sin embargo, es el Gran Inquisidor quien los desautorizaba si existía medida de gracia, por lo tanto, no se debía de hacer mal a esa gente.
Acusados de brujería
- Miguel de Goiburu
- Graciana de Barrenechea (Graciana de Yriart)
- María de Jureteguía
- Estevania de Iriarte
- Juana de Telechea
- María de Arburu
- Pedro de Arburu
- Domenja de Peruchena
- María de Endara
- María de Zozaya
- Magdalena de Araneche
- María de Çuraurre
- Eneco de Eliçamendi
- María Barco de Dindart
- María Miguel de Ermiaga
- Graciana de Maribertizena
- Pedro de Unaya (Xeru)
- María de Matheorena Echeberria
- Marijoan de Maritrecoa (Mari Juan de Mariticoa)
- Catalina de Aranibar
- Mari Martín de Legarra
Archivos
Referencias
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- Los Comisarios del Tribunal de la Inquisición y sus clases (siglos XVI-XIX) – Consuelo Juanto Jiménez. Descargar PDF en Telegram.
- León Arsenal, Hipólito Sanchiz Álvarez de Toledo (2017). Una Historia de las Sociedades Secretas Españolas. Editorial: Kokapeli. ASIN B076TRCFDJ.