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Expediente X

Artabán: el cuarto rey mago

Tiempo estimado de lectura: 12 minutos

Ya conoces la historia de los Tres Reyes Magos que viajaron desde remotas tierras para presentar sus ofrendas en el pesebre de Belén. Pero, ¿has oído la historia del cuarto Rey Mago, que también vio la estrella y la siguió? Hoy me apetece contarte este cuento ficticio de «Artabán», un hombre que encaminó sus pasos hacia Occidente, guiado por el fulgurante mapa celestial, en busca del niño Jesús.

Expedientes X

Evolución de las religiones

Evolución de las religiones

Artabán y la profecía del nuevo Mesías

Junto con mis amigos Melchor, Gaspar y Baltasar hemos observado el firmamento, y durante esta primavera vimos que dos de las estrellas mayores se acercaban para formar la señal del pez, que representa a la tribu de los hebreos. En el antiguo Templo de las Siete Esferas, en Borsippa, Babilonia, mis tres compañeros se encuentran observando este fenómeno astronómico.

Si la estrella vuelve a brillar, dentro de diez días emprenderemos juntos el camino a Jerusalén para ver y adorar al auténtico Rey de Israel. Artabán abrió un pergamino y dijo lo siguiente:

En los años que se perdieron en el pasado, mucho antes de que nuestros padres vinieran a la tierra de Babilonia, había hombres sabios en Caldea, de quienes el primero de los Reyes Magos aprendió el secreto de los cielos. De Jacob saldrá una estrella, y de Israel surgirá un cetro.

El pergamino de Artabán

He vendido mi casa y mis propiedades y comprado estas tres joyas. Un zafiro azul como el cielo, un rubí rojo como el rayo del alba y una perla blanca como la nieve para entregársela al rey como tributo. Sin embargo, ninguno de sus compañeros quiso embarcarse con él en esta nueva aventura.

Un moribundo

Artabán coge a su yegua llamada Vazda, y zarpa tras la señal hacia la ciudad de Borsippa, pues había quedado con los Tres Reyes Magos. Faltaban tres horas para llegar al “Templo de las Siete Esferas”, debía llegar al lugar antes de la medianoche. Llegó a una pequeña isla de palmeras del desierto y se encontró a un hombre tendido en el camino. Artabán se vio envuelto en un dilema, ayudar a este hombre o continuar su camino para reunirse con los otros reyes.

Si se demoraba más de una hora, difícilmente podría llegar a Borsippa a la hora acordada. Sus compañeros pensarían que había abandonado el viaje y partirían sin él. No obstante, no podía dejar aquel pobre hombre morir allí. Los magos ejercían tanto de médicos como de astrónomos. Se quitó la bata, abrió la prenda por encima del pecho hundido y comenzó su trabajo de curación. Una vez que el moribundo ya estaba fuera de peligro, Artabán montó a toda prisa, pues ya había pasado medianoche y no llegaría a tiempo.

Los tres regalos de Artabán

El Zafiro

Cuando llega al Templo de las Siete Esferas los Tres Reyes Magos ya no estaban allí, dejaron un pedazo de pergamino que decía:

“Hemos esperado más allá de la medianoche y no podemos demorarnos más. Vamos a buscar al Rey, síganos a través del desierto”.

Carta de los tres reyes magos para Artabán

Artabán se sentó en el suelo y se cubrió la cabeza con desesperación y pensó: ¿Cómo puedo cruzar el desierto sin comida y con una yegua cansada? Debo regresar a Babilonia, vender mi zafiro, comprar un tren de camellos y hacer provisiones para el viaje. La estrella de Belén ya se había perdido, solo le quedaba seguir el recuerdo de la dirección y las huellas medio borrosas de sus compañeros.

Artabán acabó llegando a Belén tres días después que los tres reyes magos. Llegaba cansado, pero lleno de esperanza, llevando su rubí y su perla para ofrecer al Rey. Sin embargo, cuando llegó a Belén ya no estaban ni los reyes ni el niño Dios, pero dio con una mujer que le contó lo siguiente:

Los viajeros volvieron a desaparecer tan repentinamente como habían llegado. Temíamos lo extraño de su visita, no podíamos entenderlo. Ellos huyeron esa misma noche en secreto y se susurró que iban a Egipto. Desde entonces, ha habido un hechizo en la aldea, algo perverso se cierne sobre ella. Dicen que los soldados romanos vienen de Jerusalén para imponernos un nuevo impuesto y los hombres han conducido los rebaños y manadas muy atrás entre las colinas.

La mujer de Belén

El Rubí

La joven madre puso al bebé en su cuna y se levantó para atender las necesidades del extraño huésped que el destino había traído a su casa. Pero de repente, se escuchó el ruido de una confusión salvaje en las calles de la aldea, gritos de mujeres, sonidos de trompetas de bronce, un choque de espadas y un grito desesperado que decían:

“¡Los soldados, los soldados de Herodes! Están matando a nuestros hijos”.

El pueblo de Belén

La cara de la joven madre se puso blanca de terror. Apretó a su hijo contra su pecho y se agachó inmóvil en el rincón más oscuro de la habitación, lo cubrió con los pliegues de su túnica para que no se despertara y llorara. Artabán fue rápidamente y se paró en la puerta de la casa.

Los soldados llegaron corriendo por la calle con las manos ensangrentadas y las espadas que goteaban. Decidieron derribar la puerta donde se encontraba Artabán con la mujer, pero el rey mago sostuvo al soldado en silencio por un instante y luego dijo en voz baja:

“Estoy completamente solo en este lugar y estoy esperando para darle esta joya al prudente capitán que me dejará en paz”.

Artabán

Le mostró el rubí, que brillaba en el hueco de su mano como una gran gota de sangre. El capitán se asombró del esplendor de la gema. Las pupilas de sus ojos se expandieron, extendió la mano, tomó el rubí y se fue. La voz de la mujer, llorando de alegría en la sombra detrás de él, dijo muy gentilmente:

“Debido a que has salvado la vida de mi pequeño, que el Señor te bendiga y te guarde, el Señor haga que su rostro brille sobre ti y sea amable contigo, el Señor levante su rostro sobre ti y te dé paz”.

La perla

Después de aquel evento, Artabán, cogió rumbo a Egipto. En Alejandría solicitó consejo a un rabino hebreo que le dijo que buscara al Rey, no entre los ricos, sino entre los pobres. Con el paso de los años, alimentó a los hambrientos, vistió a los desnudos, curó a los enfermos y consoló a los cautivos.

Artabán siguiendo los pasos del nazareno, por donde pasaba, la gente le pedía ayuda y siempre con noble corazón ayudaba sin detenerse a pensar. Un día al amanecer, esperando en la puerta de una prisión romana, saco la perla, la última de sus joyas.

Habían pasado treinta y tres años ayudando en su búsqueda y a toda persona que se lo pedía. Su pelo era blanco como la nieve. Sabía que el final de su vida estaba cerca, pero todavía estaba desesperado con la esperanza de encontrar al Rey. Esta vez visitó por última vez Jerusalén. Allí dió con una niña, iban a venderla como esclava por las deudas de su padre ya fallecido.

No obstante, un nuevo conflicto tembló en el alma de Artabán. El tercer juicio, la última prueba, la elección final e irrevocable. Tenía el corazón dividido, pues la perla se la estaba reservando para Jesús de Nazaret, aun así, se decantó por salvar a la niña.

“¡Este es tu rescate, hija! Es el último de mis tesoros que guardé para el Rey”.

Artabán rescata a la niña

Llegó un pequeño terremoto y una pesada teja, sacudida desde el techo, cayó y golpeó al anciano Artabán en el templo. Estaba sin aliento y pálido, con la cabeza gris apoyada en el hombro de la joven que salvó.

Todo sacrificio tiene su recompensa

Cuando la joven se inclinó sobre él, temiendo que Artabán estuviera muerto, llegó una voz a través del crepúsculo, la voz de Jesús se escuchó con fuerza y le dijo:

“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.

Jesús de Nazaret

Artabán, agotado preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Treinta y tres años te he buscado, pero nunca he visto tu rostro, rey mío. Y justo en el momento en que moría el rey mago, la voz de Jesús le dijo:

“Todo lo que hiciste me lo hiciste a mí, por eso hoy estarás conmigo en el reino de los cielos”.

Jesús de Nazaret

Un tranquilo resplandor de asombro y alegría iluminó el rostro del rey mago mientras un largo y último aliento exhala suavemente de sus labios. Artabán murió allí mismo acompañando a Cristo al Cielo, había cumplido con su cometido. Espero que te haya gustado este relato ficticio navideño. Te deseo una Feliz Navidad, Feliz Saturnalia.

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Brujas de Zugarramurdi

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Referencias

  • Henry van Dyke (2016). El Otro Rey Mago (El cuarto Rey Mago). Editorial: Henry Van Dyke. ISBN 9788822881779.
  • Henry van Dyke (1896). The Story Of The Other Wise Man. ISBN 1920265392.
  • Pepe Rodríguez (1997). Mitos y ritos de la Navidad. Editorial: Ediciones B. ISBN 9788440680853.
  • Adrián Sosa Nuez (2010). Artabán, El Cuarto Rey Mago. Editorial: Ediciones Atlantis. ISBN 9788492952908.